Junto con Javier López del Cerro, encargado del diseño gráfico, Consuelo Díaz Romero, a cargo del diseño del espacio, y Paco Maeso a cargo de la ejecución, realicé las ilustraciones de Las Bodas de Camacho, el conocido pasaje del Quijote, que ilustran los grandes paneles luminosos del Centro de Acogida de visitantes en Munera, Albacete, donde acontece el pasaje en el libro de Cervantes.
La inauguración del espacio fue en 2021.
Que trata de la condición y ejercicio de D. Miguel de Cervantes en Argel…
Es pues de saber que este ingenioso autor hallábase cautivo de por fuerza y no de su voluntad en Argel cuando corría el año de nuestro Señor de mil quinientos ochenta.
Compartía cautiverio y compañía forzada con un hombre de muy buen parecer, alto, de cuerpo delgado y una señal en la frente. Es de suponer que se contaran venturas y desventuras…
Si vuesa merced quiere saber de vidas ajenas y si de la mía quiere saber, sepa que soy de nombre propio Antonio, fraile trinitario, natural de Munera, aldea manchega donde viven gentes humildes y hospitalarias.
Y así fue como Fray Antonio le fue contando a su ilustre compañero las bodas de Camacho el rico con el suceso de Basilio el pobre, bodas acaecidas en Munera y recordadas por su abundancia y notable enseñanza, donde el amor vence al interés, como acontece en los libros de caballerías.
Con silencio grande estuvo escuchando lo que su amigo le decía, y de tal manera se imprimieron en él sus razones, que sin ponerlas en disputa, las aprobó por buenas y de ellas mismas quiso escribir los capítulos XIX, XX, XXI de la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
Fray Munera y Miguel de Cervantes en la carcel de Argel.
Quijote y Sancho son invitados a la Boda de Camacho y Quiteria.
Poco trecho se había alongado don Quijote del lugar de don Diego, cuando encontró con dos como clérigos o como estudiantes y con dos labradores que sobre cuatro bestias asnales venían caballeros.
—Si vuestra merced, señor caballero, no lleva camino determinado, como no le suelen llevar los que buscan las aventuras, vuesa merced se venga con nosotros: verá una de las mejores bodas y más ricas que hasta el día de hoy se habrán celebrado en la Mancha, ni en otras muchas leguas a la redonda.
Preguntóle don Quijote si eran de algún príncipe, que así las ponderaba.
—No son —respondió el estudiante— sino de un labrador y una labradora: él, el más rico de toda esta tierra; y ella, la más hermosa que han visto los hombres. Se han de celebrar en un prado que está junto al pueblo de la novia, a quien por excelencia llaman Quiteria la hermosa, y el desposado se llama Camacho el rico. El tal Camacho es liberal, y hásele antojado de enramar y cubrir todo el prado por arriba, de tal suerte, que el sol se ha de ver en trabajo si quiere entrar a visitar las yerbas verdes de que está cubierto el suelo.
Pero ninguna de las cosas referidas, ni otras muchas que he dejado de referir, ha de hacer más memorables estas bodas, sino las que imagino que hará en ellas el despechado Basilio.
Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio de la de los padres de Quiteria; él es el más ágil mancebo que conocemos, gran tirador de barra, luchador extremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta más que una cabra y birla los bolos como por encantamiento.
Basilio se enamoró de Quiteria desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspondiendo a sus deseos con mil honestos favores. El padre de Quiteria ordenó de casar a su hija con el rico Camacho, no pareciéndole bien de casarla con Basilio, que no tenía tantos bienes de fortuna como de naturaleza.
Desde el punto que Basilio supo que la hermosa Quiteria se casaba con Camacho el rico, nunca más le han visto reír ni hablar razón concertada, y siempre anda pensativo y triste, come poco y duerme poco, da tales muestras, que tememos todos los que le conocemos que dar el sí mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte.
Apenas la blanca aurora había dado lugar, despertó Sancho, soñoliento y perezoso, y volviendo el rostro a todas partes, dijo:
—De la parte desta enramada, si no me engaño, sale un tufo y olor harto más de torreznos asados que de juncos y tomillos: bodas que por tales olores comienzan, para mi santiguada que deben de ser abundantes y generosas.
Basilio el joven.
El enfrentamiento.
Se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanle los de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recibir a los novios.
¡Vivan Camacho y Quiteria, él tan rico como ella hermosa, y ella la más hermosa del mundo!
Íbase acercando el cortejo a un prado adonde se habían de hacer los desposorios, y oyeron a sus espaldas grandes voces, y una que decía: ¡Esperaos un poco, gente tan inconsiderada como presurosa!
Todos volvieron la cabeza y vieron que era un hombre vestido, al parecer, de un sayo negro jironado de carmesí en llamas, coronado de funesto ciprés que en las manos traía un bastón grande.
En llegando más cerca, fue conocido de todos por el gallardo Basilio. Llegó, en fin, cansado y sin aliento, y puesto delante de los desposados, dijo:
—¡Viva, viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, y muera, muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó las alas de su dicha y le puso en la sepultura!
Y diciendo esto asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba, con determinado propósito se arrojó sobre él, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado, con voz doliente y desmayada, dijo:
—Si quisieses, cruel Quiteria, darme en este último y forzoso trance la mano de esposa, aún pensaría que mi temeridad tendría disculpa, pues en ella alcancé el bien de ser tuyo.
En oyendo don Quijote la petición del herido, en altas voces dijo que Basilio pedía una cosa muy justa y puesta en razón.
Todo lo oía Camacho, y todo lo tenía suspenso y confuso, pero las voces de los amigos de Basilio pidiéndole que consintiese que Quiteria le diera la mano de esposa, forzaron a decir que si Quiteria quería dársela, que él se contentaba.
Entonces la hermosa Quiteria, puesta de rodillas, le pidió la mano por señas a Basilio, que mirándola atentamente le dijo:
—Oh Quiteria, que has venido a ser piadosa a tiempo. Lo que te suplico es que la mano que me pides y quieres darme no sea por cumplimiento y me la des como a tu legítimo esposo.
—Ninguna fuerza fuera bastante a torcer mi voluntad; y así, con la más libre que tengo, te doy la mano de legítima esposa y recibo la tuya.
Estando, pues, asidos de las manos Basilio y Quiteria, el cura los echó la bendición y pidió al cielo por el desposado. El cual, así como recibió la bendición, con presta ligereza se levantó en pie. Quedaron todos los circunstantes admirados, y algunos de ellos, en altas voces, comenzaron a decir:
—¡Milagro, milagro!
Pero Basilio replicó:
—¡No milagro, milagro, sino industria, industria!
El cura acudió con ambas manos a tentar la herida, y halló que la cuchilla había pasado, no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía.
Camacho, con todos los más circunstantes, se tuvieron por burlados y escarnecidos, y se desenvainaron muchas espadas. Tomando la delantera a caballo, don Quijote a grandes voces decía:
—Teneos, señores, teneos, y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas, en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas.
Basilio y Quiteria la bella.
De izquierda a derecha, Mari Fuentes, Marian Venceslá, Mari Ángeles, Mari Carmen y Miranda en el espacio expositivo en Munera.
Diseño y agradecimientos.